Tuesday, December 28, 2010

EL SENTIDO DE LA PIERDA

Un rojo desde el suelo se levantaba hasta tocar el cielo.
El día, mal dormido, ya se despertaba.
Pero las casas, parecían pintarse de nuevo las caras
de humo y bermejo, para vigilar desde las pestañas bajadas
la llegada de un nuevo visitante al borde del barrio viejo.
Zapatos huecos besaban la tierra como si bailaran
al sonido de las guarañas que desbortaban
sobre las puertas, unas más viejas, otras novatas.
Un rojo sólo rojo como si lloviera sangre sobre el mundo entero
nos ahogando desde la vigilia hasta las pesadillas.

“¿Quién era el tipo que Le acompañaba?”.
Ella tenía algunas décadas, la espalda curvada,
sobre la cabeza un blanco recalcado que quisiera
explotar de su cabellera. Dijo algunas cifras espantadas –
no bien comprendidas para un intruso en portugués,
fechas, direcciones, números de pasaporte,
de quien se contestaba, nada guardaba,
sino en la boca una copa de besos
echados a perder, más nada.

Pedro Juan Caballero: de éste me acuerdo,
un yermo lleno de brasiguayos y de chicas guapas,
demasiado guapas para nosotras de más edad.
Mi habitación la compartía con vasos sin ganas,
que tendían en los dedos sus cigarrillos muertos,
había un devano heredado, ¿o tendría sido hurtado?
sobre el que también volcada y fumando me creía
colmar de falsa sofisticación el sin-hacer del día a día.

Porque estuve menos hermosa, menos lista al amor,
yo misma, la callejera, conduje desde la china
Ciudad del Este, hacia Curitiba, la polaca.
Tal vez porque el mar a todas nos invocaba serena.
Y todas las ciudades por donde pasamos
nos ofrecieron sus virtudes venales:
en las tiendas, bares y hospitales,
y todos los sitios donde estuvimos,
con tal de que pagáramos el precio establecido,
fuimos muy bien acogidos.

Poco a poco - más gente, coches, ruido,
más mundo bajo las estradas.
Desde Paraguay las ciudades se concentran,
luces se encienden, las cosas pesan.
Tal vez porque Paraguay es el margen,
y Pedro Juan Caballero,
el margen del margen.

Peregrinamos torpes como quien buscara
sentido o respuestas, pero sólo escuchara
el silencio de la taza de piedra calcárea.
Ella me miró con sus ningunos ojos como si me preguntara
y me calló con sus millones de voces como si me contestara.
Yo no sabía qué decirle ni más me detuve,
saber es peligroso y no suele premiar sus cómplices.

Al fin del periplo, delante a nuestra mirada agotada
por el lucero de los anuncios y el humo de las fábricas
se alzó fálica la Ciudad Abstracta.
Ciudad sin horizontes, toda muros,
ajena a la Tierra como una palabra.
Ciudad hecha de aire y de nada.

Yo no intenté leerla, pero se diría
una epístola de amor remitida
a hombres qué, por hábito de no verla,
nomás la hubieran devuelta,
pero cuya indiferencia la convirtiera
en mítica condenación de todo lo existente
culpable o inocente.

La claridad difusa en la tarde magenta
se nos echó sobre la cara
como agua olvidadiza que nos lavara
de certezas más antiguas.
Se consubstanció en nube espesa
que todo empañaba,
trayendo una promesa de opacidad
a manos cansadas de objetos distintos.
Después se disipó en su ubicuidad de pulpo y polvo.
Y los pasos quedaron pastosos, y las calles
daban a esconder sus destinos
como a secretos mal guardados,
atravesados constantemente
por una apurada gente.

Pero donde, quizás por olvido, se continua
manejando las cosas de siempre:
se hacen compras,
se produce gente, se llenan almacenes,
se miente al mundo,
se calcula lo que se pierde, y se conciben
pretextos seguros.

“¿Usted no acompañó los policías mientras sacaban
el narcótico desde el coche que conducía?”
Ella sabía y no sabía qué decir.
Todo le parecía un desierto de sentidos:
no lo sinsentido de la contestación,
pero la pregunta que se contesta,
no la memoria de lo ocurrido,
pero lo vivo detrás de la memoria.

Pero se me olvidan los caminos de volver.
Me olvida la muerte, mi condena es vivir
entre calles y rostros apagados, que disfrazan
un sin-rostro por detrás de los rostros.
Y nada quedan de historias nombres humores
que antes rellenaban cuerpos enteros.

¿Por que me persiguen sombras de las sombras,
como a una criatura rechazada,
si no traigo culpa, no traigo contado
para que les dé o que me roben?
¿Qué ojos de almas amontonadas
me ven desde las desechos?
Hay curiosidad en la manera como acechan,
ternura en el cuidado con que intentan
ajustarse al nuestro desprecio.

Más nada no se me acuerda, les digo.
Pierdo todo lo que estuvo conmigo.
Los días me dejaran como los novios,
citas, fechas, autobuses que pasaron antes de lo previsto.
Pierdo todo lo que he tenido,
incluso el olvido.

Y si hubiera al menos un momento,
que puntuara la lógica de los eventos…
Momento hecho de sueño y materia,
antes de la preclusión y del remordimiento,
momento para el recuerdo o el invento
de una música de esferas.

Pero no hay más tiempo.

Pero no hay más tiempo.

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